En la madrugada del lunes, el río Tula se desbordó, anegó el centro de la ciudad y entró en el hospital, situado a 100 metros de su cauce. En unos 20 minutos, el agua inundó quirófanos y salas, alcanzó casi dos metros y colapsó la red eléctrica. El hospital no contaba con una planta suplementaria de energía, y 17 pacientes, enfermos de coronavirus, murieron al perder la respiración asistida. Los cuerpos tardaron casi 24 horas en ser evacuados. El resto de los 56 pacientes que se encontraban en el centro médico fueron trasladados a lo largo del martes. Además, de los decesos en el hospital, el desbordamiento ha dejado casi 10.000 evacuados y 200 vecinos repartidos en los seis albergues de la ciudad.
En la nave blanca y de techos altos, donde los familiares de las víctimas esperan, se almacenan víveres, se hacen cadenas humanas para el reparto, y esta noche todavía se cuela el agua por las goteras. Iba a funcionar como un recurso de acogida para los afectados, pero las autoridades municipales creen que corre el riesgo de inundarse también, y finalmente es el Ejército el que ha montado aquí su campamento de emergencia. En una esquina, en un segundo plano, inmunes al trasiego de los soldados, Carlos y su esposa Verónica llevan horas esperando el cuerpo de su padre. El hombre, de 49 años y operador de transportes, llevaba una semana ingresado por covid-19 en el IMSS. La última noticia que les llegó sobre él fue hace un par de días: “Estaba mejorando, pero seguía conectado al oxígeno”.
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