Durante décadas, golpear a los niños como una manera correctiva se ha normalizado en América Latina. Cinturones, cables, palos: todo se ha justificado en aras de una ‘educación adecuada’, en la que las personas jóvenes puedan cuadrarse a lo que sus padres consideran mejor para ellos. En el mejor de los casos, las nalgadas se propinan con fines educativos.
Muchas veces, las personas adultas se enorgullecen de administrar estas medidas a sus hijas e hijos. Sin embargo, un estudio polémico conducido por psicólogos de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, aseguran que la violencia física durante la infancia marca de por vida a las personas. Las consecuencias empiezan a manifestarse en la edad adulta, muchas veces, aparentemente de la nada.
Los psicólogos de la Universidad de Michigan hacen una distinción entre las nalgadas ‘correctivas’ y otros tipos de violencia física. Las primeras se definieron como una medida para infringir dolor en los niños sin lastimarles. Para el segundo concepto, sí se aprecian consecuencias en las que las personas salen afectadas a nivel físico.
Aunque la segunda categoría es mucho más grave, el estudio reveló que estas medidas también tienen consecuencias en la estabilidad mental de las personas en la adultez:
“En investigaciones anteriores se ha demostrado que el abuso físico y emocional tiene una alta correlación y puede ser de naturaleza similar a las nalgadas”, escriben los autores para la revista Child Abuse & Neglect.
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