En abril de 2021, Christy Holly, el director deportivo del Racing Louisville, de la Liga de fútbol femenino estadounidense, convocó a su jugadora Erin Simon, para ver el vídeo de uno de los partidos. En privado. Ella ya se temía lo que iba a ocurrir; se vistió con varias capas de ropa apretada, para que al entrenador le fuera más difícil hurgar dentro de ellas. Era un partido en el que la deportista había fallado varios pases. Cuando empezaron a ver las jugadas, él le dijo que la tocaría “cada vez que pierdas el balón”. Y lo hizo. Ella intentó escabullirse como pudo, “intentando mantener la paz y que a Holly no le entrara un ataque de furia”.
Toqueteos. Mensajes telefónicos sexualmente explícitos. En algunos casos, relaciones sexuales completas. Comentarios abusivos. Insultos procaces. Insultos sobre el aspecto físico. Insultos sobre la capacidad intelectual, sobre la capacidad parental, sobre lo que fuera. Gritos. Broncas incesantes.
Así ha sido, durante años, el mundo del fútbol femenino estadounidense. Un mundo plagado de abusos “sistémicos”, donde los escándalos eran un secreto a voces pero los entrenadores culpables simplemente cambiaban de trabajo -en ocasiones, en términos muy elogiosos- para volver a empezar su cadena de malas prácticas sin que nadie les hiciera rendir cuentas. El mundo que se describe en un extenso informe, de más de 300 páginas, publicado este lunes y elaborado por la ex “número dos” del Departamento de Justicia estadounidense Sally Yates y la firma de abogados King and Spalding por encargo de las autoridades deportivas, después de que el año pasado varias jugadoras rompieran el silencio, comenzaran a denunciar abusos y se negaran a salir al terreno de juego hasta que no se abriera una investigación sobre esos comportamientos.
Los comportamientos inapropiados, concluye el informe, se han producido durante años, en todo tipo de equipos, desde la Liga de elite -de diez equipos- hasta las competiciones juveniles. Y nadie en posiciones de poder tomó ninguna medida para detenerlos.
“Nuestra investigación revela una liga en la que el abuso y el comportamiento inapropiado -abusos verbales y emocionales, así como conducta sexual inadecuada- se han convertido en algo sistémico, que abarca múltiples equipos, entrenadores, y víctimas”, denuncia el documento, en un lenguaje tan contundente como claro. “El abuso en la liga femenina está enraizado en una cultura más profunda en el fútbol femenino, que comienza en las competiciones juveniles, que normaliza el abuso verbal en los entrenamientos y borra las fronteras entre entrenadores y jugadoras”.
Aunque los casos salpican a más entrenadores, el informe, cuyos responsables entrevistaron a más de doscientas personas para su elaboración, utiliza como ejemplos tres casos en los que las denuncias son especialmente abundantes y los incidentes, particularmente graves. Además de Holly, menciona a Paul Riley, cesado el año pasado por el equipo North Carolina Coraje por “conducta inapropiada muy grave”, y Rory Dames, que además de entrenar a diversos onces a lo largo de su carrera también fue presidente y propietario de un club de fútbol juvenil en Chicago. Los tres instauraron en sus clubes y ambiente en el que se habían desdibujado las barreras entre la relación personal y la profesional; las jugadoras, tras años de abusos, habían interiorizado que los insultos, los gritos y las alusiones sexuales eran lo normal. O que, si no lo eran, debían tratarlo como si lo fueran para no quedarse fuera de las convocatorias en los partidos.
Ese abuso verbal, precisa el informe, era algo más que “entrenamiento duro”, como lo describían sus autores. Y las jugadoras que lo denunciaban no son “florecitas delicadas; están entre las mejores deportistas del mundo”, incluidas veteranas del Mundial y de los Juegos Olímpicos, apunta el informe. “Escuchamos denuncia tras denuncia de broncas degradantes y sin descanso; una manipulación que no trataba de mejorar el rendimiento deportivo, sino que iba de poder y de venganza contra quienes quisieron ponerlo en evidencia. Y aún más problemáticas fueron las historias de conducta inapropiada en el terreno sexual”.
Los equipos, los directivos de la Liga, y la propia federación de fútbol estadounidense, más preocupados por la posibilidad de que los entrenadores acusados pudieran demandarles, o por la situación económica de este deporte femenino -menos que boyante-, evitaron reaccionar ante las denuncias. No se produjo ninguna investigación. En diversas ocasiones, los entrenadores fueron cesados, pero nunca se hizo público por qué. En algunos casos, la marcha se justificó como una decisión del cesado. Los directivos de los equipos anunciaron la salida en términos elogiosos hacia el director deportivo.
Y, a su vez, los siguientes equipos que los contrataron nunca trataron de verificar la auténtica razón de la salida. Nadie hizo ningún esfuerzo por implantar medidas que evitaran la repetición de ese tipo de incidentes, o que los cortaran de raíz. No existían protocolos de comportamiento en caso de denuncia. Las jugadoras que se atrevieron a enviar acusaciones a las entidades superiores de sus clubes vieron cómo sus llamamientos caían en saco roto.
Hasta que saltaron las protestas públicas el año pasado. Dos medios, The Athletic y The Washington Post, publicaron reportajes sobre la situación. Las denuncias ya salpicaban al menos a la mitad de los entrenadores de la Liga femenina.
El informe recomienda, entre otras cosas, hacer pública una lista de los individuos castigados por las autoridades futbolísticas, e investigar la idoneidad de los entrenadores antes de concederles la licencia para ejercer. También sugiere contratar funcionarios que se encarguen de la seguridad de las jugadoras, y enfatiza la necesidad de establecer normas claras sobre el comportamiento profesional.
En un comunicado, la presidenta de la federación de fútbol femenino, Cindy Parlow Cone, ella misma antigua jugadora de la selección nacional, calificó las denuncias del informe como “profundamente preocupantes y dolorosas”. Su entidad, subraya, aplicará de inmediato algunas de las recomendaciones del informe. La federación, declara, está “totalmente comprometida a hacer lo que esté en su mano para garantizar que todas las jugadoras, a todos los niveles, cuentan con un lugar seguro y lleno de respeto para aprender, crecer y competir”.
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