La laguna de La Escobilla, en la costa de Oaxaca, empezó a comportarse de forma extraña hace un par de años. Los robalos y los pargos nadaban desorientados. De puro atontados, la gente de la comunidad solo tenía que meter las manos en el agua para pescarlos. Luego, aparecieron en la orilla mojarras y popoyotes hinchados con un fuerte olor a azufre. La mayor sorpresa estaba por llegar. A principios de mayo, la población tuvo que frotarse los ojos: el color del agua se había vuelto rosa.
Como cada mañana, Hericel Ramírez salió a correr y se dirigió a la laguna, unas 40 hectáreas de agua separadas del mar por una barrera de arena. Al llegar, se quedó pasmado. “Uy, ¿pero por qué está así?”. No daba crédito. Metió las manos en el agua con miedo y vio que estaba más caliente de lo normal. No la quiso probar. Pensó que alguien quizás había vertido material tóxico. “La laguna nunca había tomado una pigmentación rosa”, explica por teléfono este joven de 28 años, que normalmente trabaja como guía en un santuario de tortugas marinas cercano. “Tomé unos videos para llamar la atención de los especialistas”, cuenta.
Nota Completa en:
Siguenos en Redes