Las severas depresiones que sufrió durante año, llevaron a Sarah incluso a pensar en el suicidio. Probó muchos medicamentos, pasó meses hospitalizada, se sometió a electroshocks, sus nervios fueron estimulados con campos magnéticos. Pero sus síntomas depresivos persistían.
Cinco años atrás, sus depresiones se volvieron tan severas, que ya no pudo vivir sola. Sarah dejó su trabajo y volvió a la casa de sus padres.
La depresión es un mal que afecta a unos 300 millones de personas en el mundo entero, según la Organización Mundial de la Salud. Muchos pacientes se recuperan con el tratamiento adecuado. Pero Sarah se contaba entre el 20 o 30 por ciento de aquellos que no reaccionan a los tratamientos convencionales.
Sensores implantados
“Mi vida ya no era digna de vivirse”, dice la mujer, del norte de California. En junio de 2020, se convirtió en la primera paciente de un estudio experimental. Un equipo de científicos de la Universidad de San Francisco le implantó un dispositivo del tamaño de una cajetilla de cigarrillos en el cráneo. Este detecta la aparición de síntomas de depresión y reacciona enviando estímulos eléctricos al cerebro. Una especie de marcapasos cerebral.
En lo más profundo de su depresión, Sarah solo podía percibir la fealdad en su entorno. Pero el aparato cambió su forma de ver el mundo. “Recuerdo que volvía a casa una de las primeras veces con el dispositivo activado. Pude ver la bahía y diferenciar los colores. Había una luz maravillosa”, contó a la CNN.
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